Cuando el bebé no hace tomas efectivas o pasa muchas horas sin mamar puede producirse una ingurgitación. Esta acumulación de leche hace que el pecho se inflame, se tense, la piel adquiere un color brillante y puedan producirse edemas y zonas enrojecidas.
Pero una mastitis no solo se produce por la leche acumulada, sino también por una inflamación del tejido mamario, obstruyendo los conductos mamarios e impidiendo también el drenaje linfático.
Y como consecuencia, se traduce en una dificultad para amamantar ya que la leche no puede fluir con normalidad y el pezón, debido a la inflamación, se puede aplanar, dificultando que el bebé pueda agarrarse y a su vez que pueda vaciar el pecho.
Además, la ingurgitación mamaria puede ser muy dolorosa y si no se trata puede llevar a producir obstrucción de algún conducto, mastitis e incluso a un absceso mamario.
También existen otros factores que pueden predisponer a desarrollar una mastitis:
- Disminución de las defensas maternas relacionadas con el posparto y el estrés
- Nutrición deficiente
- Lesiones en los pezones, como heridas o grietas
- Haber sufrido ya mastitis previa
- Estado de portador de S. aureus en la nariz
- Determinadas variaciones en la anatomía de la mama (pezón plano o pezón invertido)
- Higiene inadecuada de los sets de extracción o la falta de lavado de manos antes y después de la extracción y masajes mamarios
- Uso rutinario de cremas “preventivas de grietas”, que dificultan una buena adhesión boca-pezón.
La mastitis es una inflamación en el tejido mamario que a veces implica una infección. La inflamación provoca dolor, ardor, hinchazón, calor y enrojecimiento en los pechos. Y es posible que también provoque fiebre y escalofríos.